El Papa Francisco ha visto en Méjico una realidad católica tan viva que sin duda le ha impresionado, como no hemos podido menos que impresionarnos nosotros a miles de kilómetros.
Se le ha visto al final más rejuvenecido, espiritual, sereno y majestuoso que nunca. Sería el morado, sería el mejor y más bonito báculo de todo su Pontificado, regalo de un preso de Ciudad Juárez, serían..... tantas cosas.
Se demuestra que la austeridad no está reñida con la belleza. Madera, arte, paciencia y pintura, como su trono pontifical, basta con eso.
Piedra natural, como la del altar. De una montaña cercana. Un Crucifijo majestuoso, madera rediviva, transida de gloria.
Y gente, muchas gentes, muy distintas, de todas las edades, alegres, entusiastas, profundamente piadosas. Una fe que heredaron de los conquistadores, aunque no se les quiera nombrar ni menos elogiar. Que dejaron una lengua en la que nos entendemos cientos de millones de seres humanos en el planeta.
Cuán hermoso es ver estas ceremonias tan multitudinarias dichas en español, con un Papa que habla español como lengua propia. Con versos de Santa Teresa, canciones de Gabaráin, las mismas que cantamos en España. Y la Salve Regina, también hispana. Se difuminan las distancias.
Cuánta Hispanidad. Y cuánto ¡¡¡ Viva Cristo Rey !!! en Michoacán, sitio de cristeros, también olvidados en el discurso oficial. Y su juventud en Morelia, antigua Valladolid.
Mariachis, indígenas, corridos y un pueblo humilde y fiel.
Y al otro lado de la frontera, en El Paso, otra multitud hispana, que está reconquistando sus antiguos territorios, injustamente robados por los Estados Unidos de América. Una multitud de hispanos, sobre todo mejicanos, que están repoblando aquellas tierras usurpadas. La frontera caerá y la Fe, la Raza y la Hispanidad triunfarán.
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