lunes, 30 de julio de 2018

Misa en San Pelayo de Antealtares, en Santiago de Compostela

 Misa en San Pelayo de Antealtares, cabe la Catedral de Santiago de Compostela, separado de la misma por la Plaza de la Quintana. Misa del día de Santiago, 12,30 de la mañana, templo lleno de fieles. Celebra Don José Fernández Lago, Canónigo Lectoral y el más veterano del Cabildo Compostelano, acreditado intelectual, traductor de una parte de la Biblia al gallego, autor de libros y numerosos artículos. Predica elocuentemente.


 La misa es en castellano y en latín, cantada de Ángelis el Gloria, Sanctus y Agnus Dei.Una veintena de religiosas benedictinas hermosean con sus cantos la celebración litúrgica. Se suma el sacerdote y también algunos de los fieles.
La Comunión es ofrecida bajo las dos especies, aunque parte de los fieles toma sólo el Pan de los Ángeles. En cualquiera de las dos especies consagradas se nos da Cristo en su totalidad, Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad. Dos monjas se ponen a ambos lados del sacerdote, que va dando la Comunión a los fieles; el que quiere, moja el pan eucarístico en uno de los cálices que porta cada una de las dos religiosas. Una forma arriesgada, pues podría caer una gota en cualquier momento al suelo. Además, algunos que se acercan no sabemos hasta qué punto entienden qué reciben. Un muchacho se intenta ir con la forma mojada en su mano y la religiosa le llama la atención y le pide que la consuma delante, cosa que hace. No se aprecia mala fe, sino ignorancia.
Pero observamos algo pequeño y blanco en el suelo, puede que un papelito o plastiquito. Al terminar la misa, nos acercamos y lo recogemos, se subdivide en dos. Evidentemente, es una viruta, un reborde una forma. La consumimos y lo confirmamos por el sabor. Es un trocito de la Sagrada Hostia. En ese lugar tiene que ser forzosamente de una Forma Consagrada. Así que la tomamos adorando y dando gracias a Dios por permitirnos haberle rescatado del suelo.
 La construcción del templo es sencilla, pero los magníficos altares barrocos le dan mucho realce.
 En la portada, el niño mártir bajo cuya advocación se encuentra el monasterio, San Pelayo, sobrino de un obispo que fue apresado por los musulmanes en una batalla y que era muy guapo, por lo que el Califa Abderramán III se encaprichó de él y quiso tener relaciones sexuales con él, a lo que el muchacho se negó, por lo que fue martirizado y descuartizado. Sus restos, arrojados al río Guadalquivir, fueron rescatados y se hallan en su mayor parte en el Convento de San Pelayo de Oviedo, habiendo traído un brazo a este de Santiago de Compostela.
 Al salir, manifestación independentista en la Plaza, con un escenario ruidoso. Mitin con voces femeninas, con su típica demagogia, en ese momento atacando a Juan Carlos el Campechano.
 Luego saludan puño en alto, que eso no es delito de odio, entre banderas independentistas y comunistas. Vistos de cerca, gente fea, pero que muy fea. La cara es el espejo del alma. Al fondo, el monasterio benedictino. Las celdas ocupadas, una veintena, lucen plantas florecidas. Las pobres monjas tienen que soportar estos ruidos infernales, no sólo de los traidores a España, sino de los horrorosos conjuntos de rock que bombardean con su estrépito, sobre todo por la noche y hasta bien tarde. Será que no hay sitios en Compostela y alrededores para desgañitarse en sus akelarres. Que puedan molestar tanto a las monjas, no, desde luego.
 Y los sindicalistas rogelios, de la misma familia, fastidiando el acceso al Hostal de los Reyes Católicos, en la Plaza del Obradoiro.
 Se formaron enormes colas para acceder a la Catedral, desde las 9 de la mañana, cuando cerraron el acceso para que los políticos oficiales pudieran soltar sus soflamas al Apóstol. La gente, a esperar horas. Y cuando llevaban horas esperando, a deshacer las colas porque el espacio había que dejarlo a la manifestación.

 Los peregrinos, gente guapa y gente normal, a veces con atuendos informales por el calor veraniego, aguardaron pacientes durante horas. Muy mal la organización de las visitas y el abrazo al Apóstol, que por culpa de unos cuantos que se agarran a él para contarle su vida abrazados a la estatua, se alargan mucho más de lo que sería preciso. Sin embargo, la tumba, mucho más preciosa, no genera colas.
 Los gigantes y cabezudos salieron a ver a tanta gente como por allí había. Todo el mundo en la calle, ellos también.



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