La Parroquia de Santo Tomás, cuenta con un templo de pocos años, amplio y con instalaciones suficientes para albergar a sus sacerdotes y obras de apostolado,
Cerca está el barracón que fue templo provisional durante más de 50 años, pero que tiene la añoranza de los viejos tiempos, cuando Don Ruperto Sanz, su primer párroco, sacaba a la puerta una mesa y atendía así el Despacho Parroquial.
El nuevo templo estaba abarrotado de fieles, a pesar de no ser día ni ceremonia de precepto. Pero les sale del alma participar en esta piadosa tradición, que intenta vivir más intensamente el misterio de la Pasión y Muerte de Nuestro Señor Jesucristo en la Cruz.
A la salida, un Crucificado de resonancias románicas es portado por Caballeros peruanos del Cristo de los Milagros, mientras las damas aromatizan con incienso.
Se pone en marcha la procesión, tras la Primera Estación en la propia Iglesia, con cantos, lecturas y moniciones para cada Estación.
El compacto grupo lo forman cientos de feligreses de ambas parroquias, a pesar de éxodo de estos días.
El caminar es abigarrado y pausado, sin prisa, pero sin pausas, salvo las obligadas Estaciones. Muchos vecinos se asoman a ventanas y balcones.
Hasta llegar por fin a San Romualdo, de airosa torre y hermoso templo, también de factura reciente, aunque no tanto como Santo Tomás. Ambos templos fueron bendecidos e inaugurados por el Cardenal Rouco Varela.
Vuelve a llenarse el templo, mientras culminan las Estaciones. La que recuerda la Expiración es seguida de rodillas.
Ya por la tarde se celebra la Liturgia del Viernes Santo, único día en el que no se celebra la Santa Misa en todo el orbe católico. Se recibe la Sagrada Comunión reservada el día anterior y se besa al Crucificado con devoción y amor, entre cantos entrañables de perdón, misericordia y amor.
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