viernes, 24 de noviembre de 2017

Un líder político católico

En contraste con tantos líderes políticos demócratas que jamás nombran a Dios ni sus leyes, y que legislan más bien todo lo contrario, encontramos un político patriota y católico que sí habla sin reparos con lenguaje católico.
Así habló José Luis Corral, Jefe Nacional del Movimiento Católico Español, entre otras cosas sobre España y sobre Lutero, en su discurso de la Plaza de Oriente, el clásico 20-N de homenaje a Franco y José Antonio:


Sobre España:
 
Una España visitada por San Pablo y por Santiago y por la Virgen María, que custodia el Pilar y la tumba del Apóstol. Que dio a la iglesia innumerables mártires y santos desde el principio y los continuó dando a borbotones durante todas las centurias, sobre todo en la gran persecución de los años 30, con 7000 sacerdotes, obispos y religiosos asesinados en el gran conjunto de los 113.178 caídos por Dios y por España cuya relación consta nominalmente en el Santuario de la Gran Promesa de Valladolid. 1.875 son ya Beatos.
Una Patria que contuvo la invasión islámica y que se tuvo que esforzar ocho largos siglos en la Reconquista, de Covadonga a las Navas y Granada. Y que hubo de seguir en Lepanto y en todo el Mediterráneo. Don Pelayo y el Cid, Juan de Austria y el Gran Capitán.
Fue aquí donde el arte islámico alcanzó su máximo esplendor. No hay en el mundo nada que supere a la Alhambra y a la Mezquita de Córdoba. El románico y el gótico alcanzaron también en nuestro suelo sus más altas cumbres.
Y España se hizo Imperio y descubrió un Mundo Nuevo y construyó un Nuevo Mundo, y llevó su lengua, su cultura y su religión por todos los continentes. La unidad de destino en lo universal, que decía José Antonio. Colón, Pizarro y Hernán Cortés.
Y al tiempo, España hubo de hacer frente a la amenaza protestante, con todo el Norte de Europa sublevado contra la Iglesia y carcomido por la herejía. Cuando España fue “martillo de herejes, luz de Trento, espada de Roma”, que decía Menéndez Pelayo.
Mientras luchaba, España hacía civilización, en monasterios y universidades, escuelas y hospitales, fueros y gremios, familias y aristocracias.
A la Virgen María la dibujaba Velázquez y la pintaba Murillo, le rezaba Santo Domingo que inventó el rosario y le componía la Salve San Pedro Mezonzo. Mientras a su Divino Hijo lo esculpían Gregorio Hernández y Salzillo, Alonso Cano y Mena, que dejaron los pinceles al Divino Morales y al Greco, a Zurbarán y a Goya. No hay ciudad, ni pueblo ni aldea que no tenga su templo y sus patronos del santoral cristiano.
La esencia de España es su catolicismo, que no es sólo una creencia individual, sino una cosmovisión del mundo. Como dijo también con su concisión y precisión José Antonio:
Esa ha sido la constante de nuestra historia. Está a la vista en sus monumentos, desde el Monasterio del Escorial al Valle de los Caídos; del Tibidabo al Cerro de los Ángeles.
 
Sobre Lutero:
En 1517 un heresiarca infernal, Martín Lutero, clavaba sus 95 tesis en Wittenberg. A partir de ahí, haciendo bueno el adagio de que “corruptio optimi, pessimi”, el monje maldito convirtió la única religión verdadera en la peor de todas las religiones, la que enseña que puedes hacer lo que quieras, cualquier maldad, si tienes fe: “Pecca fórtiter, sed crede fortius”. Abolió 5 de los 7 Sacramentos, suprimió la devoción a la Virgen y a los Santos, desechó la Sagrada Tradición y los 1.500 años de cristianismo precedentes, defendió la libre interpretación de la Biblia, siempre que se estuviera de acuerdo con él, insultó al Papa y a la Iglesia, acabó con la Misa, negó el Purgatorio, destruyó el monacato y entregó los bienes de la Iglesia a los príncipes, asegurando así el triunfo de su revolución, que sólo el generoso esfuerzo de los Tercios españoles pudo contener y limitar al Norte de Europa, salvando así a la Iglesia Católica. Pues bien, ahora España ya no es confesionalmente católica y la propia Iglesia en Roma encumbra al heresiarca. Pero nosotros en esta Plaza seguimos siendo españoles y católicos, apostólicos y romanos. Y aunque un ángel del cielo viniera a decirnos algo distinto no le creeríamos, ni siquiera aunque lo digan en el Vaticano. Lutero no, nunca, jamás.

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