Un pìquete militar hizo guardia.
En la misma capilla tiene también su regio mausoleo Alfonso X El Sabio, hijo de Fernando.
Extrañó la ausencia del Arzobispo, así como de su Auxiliar, en una fecha tan importante y significativa.
El plateresco altar lucía iluminado en todo su esplendor, cerrado por la magnífica rejería.
El Ayuntamiento, con su Alcalde al frente, estuvo presente en sitios de honor.
Fue un Canónigo quien hizo el panegírico del inigualable rey, exaltando sus virtudes cristianas tanto como las políticas, pues no era un monje, sino un verdadero atleta, un hombre galán y cortesano, culto y educado, benevolente y rigoroso según el caso. Buen músico y jugador de ajedrez.
No conoció el vicio ni el ocio.
La muerte de San Fernando es una de las más conmovedoras de nuestra Historia. Sobre un montón de ceniza, con una soga al cuello, pidiendo perdón a todos los presentes, dando sabios consejos a su hijo y sus deudos, con la candela encendida en las manos y en éxtasis de dulces plegarias. Con razón dice Menéndez Pelayo: «El tránsito de San Fernando oscureció y dejó pequeñas todas las grandezas de su vida»
San Fernando quiso que no se le hiciera estatua yacente;
pero en su sepulcro grabaron en latín, castellano, árabe y hebreo
este epitafio impresionante:
«Aquí yace el Rey muy honrado Don
Fernando, señor de Castiella é de Toledo, de León, de
Galicia, de Sevilla, de Córdoba, de Murcia é de Jaén, el
que conquistó toda España, el más leal, é el
más verdadero, é el más franco, é el más
esforzado, é el más apuesto, é el más granado,
é el más sofrido, é el más omildoso, é el
que más temie a Dios, é el que más le facía
servicio, é el que quebrantó é destruyó á
todos sus enemigos, é el que alzó y ondró á todos
sus amigos, é conquistó la Cibdad de Sevilla, que es cabeza de
toda España, é passos hi en el postrimero día de Mayo, en
la era de mil et CC et noventa años.»
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