martes, 19 de noviembre de 2013

Monseñor Rouco defiende la Unidad de España, alerta de los problemas actuales y pide la intercesión de los mártires

Su Eminencia Reverendísima, Don Antonio María Rouco Varela, Cardenal Arzobispo de Madrid y Presidente de la Conferencia Episcopal Española, ha pronunciado un discurso en la apertura de la Asamblea Plenaria de esta congregación de los obispos españoles, principiando por recordar las enseñanzas y el ejemplo del Papa Francisco en este Año de la Fe que ahora culmina. Luego ha abordado otras cuestiones de actualidad. La primera de ellas ha sido la beatificación de mártires del siglo XX, “realizada el domingo 13 de octubre pasado, en Tarragona”. “Los mártires del siglo XX, ha dicho, fueron cristianos sustanciales. El papa nos exhortaba no sólo a imitarlos, sino a pedirles ayuda. Podemos confiar en que ellos comprenden muy bien nuestras dificultades en el camino de la fe. Ellos se vieron dramáticamente inmersos en la noche del ateísmo del siglo XX. Pero permitieron que la luz de la fe brillara en las tinieblas de esa noche. Son nuestros intercesores privilegiados”. “Sí, los santos y beatos mártires del siglo XX son los grandes testigos de la fe en nuestro tiempo: los veneramos de modo especial al concluir el Año de la fe. Confiamos en que su memoria y su culto vayan convirtiéndose poco a poco en una referencia normal y habitual en la obra de la evangelización del tercer milenio”. “La ‘cultura de la muerte’, que ensombrece los grandes logros del mundo moderno, ha de ser iluminada por la luz de la fe. Ha de ser alumbrada una esperanza más fuerte que la muerte. Las ideologías inmanentistas del siglo XX sofocaron esa esperanza y sembraron Europa y el mundo entero de millones de víctimas y de mártires. Son ideologías que no han cedido todavía el paso a un verdadero humanismo. Será muy valiosa la intercesión de los mártires. En comunión con ellos, avanzará la nueva evangelización”, ha dicho.

Otra de las acciones es el catecismo Testigos del Señor, “aprobado por nuestra última Asamblea Plenaria”, que “ha obtenido ya también la aprobación del Pontificio Consejo para la Nueva Evangelización y será publicado en los próximos meses”.

Momento actual de nuestra sociedad
También ha hecho un repaso del “momento actual de nuestra sociedad y sus implicaciones humanas y morales”. Así, ha destacado el “problema de las siempre complejas y delicadas relaciones entre la Iglesia y el Estado”, explicando que en España “están suficientemente bien reguladas por los Acuerdos entre la Santa Sede y el Estado Español firmados en 1979. Los Acuerdos reflejan fielmente tanto los principios enseñados por el Concilio Vaticano II a este respecto, como los que emanan de la Constitución Española de 1978, especialmente de lo que esta establece en los artículos 16 y 27, máxime si son interpretados a la luz de lo que prescribe el artículo 10, 2”.

Otro de los temas que le preocupan es el de “la crisis económica que padece España. En el contexto de una crisis europea y mundial, a pesar de que se atisben algunas señales del comienzo de la recuperación, exige todavía un esfuerzo continuado y generoso. Es necesario reducir sustancialmente el paro, en particular el que sufren tantos jóvenes, que incluso no han podido acceder nunca a un puesto de trabajo. Este esfuerzo demanda una conversión moral de todos los agentes sociales, que ha de manifestarse no sólo en unos comportamientos respetuosos de las exigencias fundamentales de la justicia y de la solidaridad, sino, además, en actitudes de generosidad desprendida en favor del prójimo”.

Reconoce que “el principio de la gratuidad está activo en la ayuda generosa que los fieles y otras personas prestan a los que más sufren la crisis, a través de la organización oficial de la caridad de la Iglesia, que son las Cáritas parroquiales, diocesana y su federación nacional, y a través de otras organizaciones o personalmente”. Algo que agradece. “Sin esta ayuda la situación de muchos resultaría insostenible”.

“Nos preocupa también que la unión fraterna entre todos los ciudadanos de las distintas comunidades y territorios de España, con muchos siglos de historia común, pudiera llegar a romperse. En los últimos once años, la Conferencia Episcopal Española ha aclarado en tres ocasiones los criterios morales y pastorales, de justicia y caridad —criterios que podemos calificar de prepolíticos— según los cuales habrían de orientarse las conciencias de los católicos y que ofrecemos también a todos los que deseen escucharnos. Esos criterios están hoy plenamente vigentes y toman su fuerza de la Doctrina Social de la Iglesia acerca de los principios que deben regir la vida de la comunidad política en orden a la promoción del bien común”. Y ha recordado que “la unidad de la nación española es una parte principal del bien común de nuestra sociedad que ha de ser tratada con responsabilidad moral. A esta responsabilidad pertenece necesariamente el respeto de las normas básicas de la convivencia —como es la Constitución Española— por parte de quienes llevan adelante la acción política”.

“Sigue viva también la preocupación por el presente y futuro del matrimonio y de la familia. Sus problemas siguen siendo muy graves y de honda repercusión para el conjunto de la sociedad. Es verdad que las leyes no son ni pueden ser la única ni tal vez la principal solución de estos problemas. Pero las leyes injustas contribuyen mucho al agravamiento de los problemas. Reiteramos una vez más la necesidad de leyes reconocedoras y protectoras del matrimonio y de la familia. La actual legislación, que ni siquiera reconoce la realidad humana del matrimonio en su especificidad con una institución o figura jurídica adecuada, debe ser corregida y mejorada”, ha dicho.

“El egoísmo, que triunfa en la vida matrimonial y familiar de España tal vez como en ningún otro campo de las relaciones sociales, debe ser combatido también en el ámbito de la educación en general y, por supuesto, de la formación católica y de la atención pastoral matrimonial y familiar”, ha afirmado. “Como Iglesia, nos empeñaremos más aún en acompañar a los jóvenes hacia el matrimonio, y a las familias —jóvenes y no tan jóvenes— en ese camino suyo de toda una vida” y “solicitaremos con todo respeto e incansable insistencia a nuestros gobernantes un giro positivo de la legislación y de la política sobre el matrimonio y la familia”.

Ha añadido que “nos preocupa también que las heridas causadas por el terrorismo a tantas víctimas y a la sociedad entera no se curen por el camino del arrepentimiento, del propósito de la enmienda y de la satisfacción de las víctimas. Es decir, que no se curen en su raíz por el camino del perdón y de la misericordia buscada, aceptada y concedida de corazón”. Y ha recordado “al pueblo filipino”, señalando que “la tragedia que está sufriendo en estos días a causa del desastre meteorológico padecido, nos apena hondamente y nos mueve a la oración por las víctimas y por tantas personas que lo han perdido todo. Invitamos a todos a prestar también la ayuda material que sea posible a través de Cáritas española, la federación de nuestras Cáritas diocesanas, uno de cuyos encargos principales es acudir más allá de nuestras fronteras ayudando a ayudar a las Cáritas locales, en este caso, a las de la Iglesia local de Filipinas”.

Además, ha aprovechado para “llamar la atención” acerca “de los dramas que padecen tantos cristianos, de distintas confesiones, sometidos a presiones y persecuciones de diverso tipo en varias partes del mundo. Algunos han sufrido ataques sangrientos en los mismos lugares en los que se reunían para el culto divino. Otros se ven acosados en su vida ordinaria y en su trabajo. Muchos se han visto obligados a abandonar sus casas y su patria para poner a salvo la vida o la tranquilidad de sus familias. Pensamos, en particular, en los cristianos sirios, que malviven en los países vecinos, hacinados en campos de refugiados. Nuestras comunidades y nuestros gobernantes deberían buscar los caminos más adecuados para prestar una ayuda efectiva en la solución de los problemas más acuciantes”. Y ha recordado que “no se debería olvidar el amplio campo de las relaciones diplomáticas y comerciales, de modo que aquellos que sufren por causa de su fe, de su etnia o de su cultura, puedan sentir al menos que no son abandonados a su suerte”.

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