Un centenar de fieles, casi todos transeúntes, pues el caso viejo se ha despoblado y apenas hay habitantes, pero los templos son abundantes.
El Obispo gusta de celebrar en su Cátedra de ordinario. No es un Obispo zascandil, a pesar de sus importantes cargos en la Conferencia Episcopal como Presidente de la Comisión Episcopal para la Doctrina de la Fe y miembro de Pontificios Consejos. Se le nota en la predicación, elegante y fluida, condensando bien las lecturas y aplicándolas a hoy. Dios es el Creador, el que ha hecho nuestra Naturaleza. Por tanto, le pertenecemos y debemos obrar conforme a su Ley. Otros se empeñan en deconstruir la Naturaleza e impulsar a los hombres a contrariarlas para conseguir espurios fines de poder, dinero e ideologías.
Todas las rúbricas litúrgicas se siguen con formalidad, creyendo en lo que se está haciendo. El ritmo es pausado, el canto participado.
Fuera, la Catedral fortaleza luce al sol su mole inmensa. Parece bajita y robusta, mientras su Obispo mártir hace guardia bajo la poderosa torre.
Pero el interior nos impresiona con su galanura. El gótico tardío se alza majestuoso en tres naves limpias y simétricas. El centro de la nave principal lo ocupa el coro, con un trascoro de ensueño, donde los mármoles rojizos y negros contrastan y rivalizan en belleza y armonía.
En una capilla, sus Obispos mártires del 36, el de Almería y el de Guadix, que juntos rindieron su alma a Dios, víctimas de los verdugos que ahora son considerados la legalidad y la legitimidad republicanas que debemos ensalzar. Con ellos, los religiosos de la diócesis que ya han sido beatificados.
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